domingo, 8 de mayo de 2011

"BRAZIL" ...siempre actual.

Empezar a escribir un comentario sobre esta historia se antoja difícil. “Brazil” es una película recargada, con tantas influencias y homenajes, con tanto material que rascar, que uno acaba igual de perdido que su protagonista, en largos pasillos repletos de puertas. Tal lo vez lo mejor sea empezar desde el principio...

La ignorancia y el consumismo rigen el mundo de "Brazil"
Aparece un televisor, y en él, un anuncio para revestir tuberías que parece sacado de los EE.UU de los años 50. La cámara empieza a abrir el plano poco a poco y se percibe una arquitectura de los objetos muy peculiar y anacrónica. Televisores de diseño retro-futurista aparecen tras un escaparate. De repente, una explosión y, acto seguido, el título de “Brazil”. En luces de neón rosadas y alzándose ante la mirada incrédula del espectador. Ya nos han avisado, ésto ocurre en algún lugar del mundo en pleno siglo XX.
La presentación de Sam (Jonathan Pryce), nuestro protagonista, tampoco aclara muchas cosas. Antes de saber que trabaja en el “Registro de Información”, antes de que nos sirva de guía para penetrar en “Brazil”, antes de eso, lo primero que sabemos de él, es que es un hombre que sueña. Su presentación al público es inmejorable. Se obliga a que el espectador empatice con él, mostrándolo como un ser que sueña con volar los cielos sobre un campo verde, con una etérea princesa a su lado. El choque contra la realidad resulta brusco. Y ese hombre, de aspecto triste y cansado, no tiene nada que ver con el héroe fuerte y deslumbrante de su imaginación.

Así conocemos a Sam por primera vez, sobrevolando un cielo azul.
La realidad en su mundo es una pesadilla, no es algo que sirva para ser feliz. Sólo los sueños pueden salvarnos. Sam se mueve como un autómata, ejecuta sus tareas sin oponer grandes resistencias ni hacerse grandes preguntas. Sueña con un mundo mejor pero sabe que no existe. El abzurdo rige las relaciones humanas, y la infelicidad es algo casi tangible.

Se especula con la idea de que la cirugía se convierta en la fiebre de una sociedad enferma por la insatisfacción y la soledad. Todo el mundo vive hacinado en grandes urbes. Y las compras diarias y las cenas lujosas son el único placer de una burguesía que hace oídos sordos a las explosiones que a punto están de volarles la cabeza.


La burocracía en "Brazil" se rige por el absurdo total. Algo no muy alejado de nuestra realidad
Te aterrorizas, y piensas que todo es tan absurdo que no puede ser real. Te olvidas de qué el mundo en realidad es casi tan incomprensible como el de “Brazil”. La burocracia es como el dinero, papeles indispensables para moverse con soltura por la vida, firmando recibos por el arresto de un familiar, y obligando a los detenidos a pagar sus propias torturas, en ocasiones incluso su propia muerte. Se habla en términos eufemísticos y la empatía es una característica poco común entre los ciudadanos. Si a uno le cae un muerto, lo mejor es ocultarlo bajo la alfombra, incluso aunque el asunto en cuestión sea de vital importancia para otra persona en una situación límite. Eso es lo que demuestra el jefe de Registro (Ian Holm) al afrontar siempre con temor cada obstáculo que se le presenta, descargando responsabilidades en un fiel trabajador suyo que nunca pregunta y nunca sospecha. Inocente como él solo. Preocupado por encontrar a la mujer de sus sueños, antes que por sobrevivir en la eterna soledad que rige el mundo en el que vive. Irónica y despiadadamente Terry Gilliam no nos dará concesiones. Soñar es necesario para vivir con cordura, pero también es peligroso en la realidad que vivimos. Soñar en exceso se paga caro. Eso provoca que la eficacia del trabajador disminuya y que por tanto la producción en su trabajo sea mínima.

Imagenes de un onirismo desatado chocan con una realidad tan absurda como las pesadillas
El mundo de Gilliam y Sam Lowry es un mundo recargado. Un mundo abigarrado y agobiante, de fuertes contrastes. Tras la apariencia plácida de un apartamento, se esconden las tripas metalizadas de un monstruo que parece respirar por si solo. Un bosque que surge salvajemente en medio de la cocina y junto al dormitorio. Y nos movemos por el mundo de la pantalla, por salones espaciosos que llevan a sótanos de máquinas gigantes con engranajes múltiples; por pasillos interminables en la planta alta de un edificio con un ascensor con problemas de avería; por más de cinco mil puertas para individuos sin nombre, y con apellido de código. por oficinas cortadas a la mitad para aprovechar el mayor espacio posible.
Porque el aprovechamiento siempre es poco en el mundo de “Brazil”. Como las butacas de los aviones que sacrifican unos cuantos centímetros de comodidad para ganar 10 asientos a lo largo del aparato que otorgarán otros cuantos millones más si se tienen en cuenta la cantidad de vuelos diarios que se realizan.
La cirugía es el principal divertimento de una burguesía aburrida y ajena a todo
Es entonces, justo en ese momento, cuando te das cuenta de que el mundo que vemos en la pantalla no es tan loco y excéntrico, y de qué, si lo es, lo es en igual medida que el nuestro. Que vivimos regidos por una lógica que creemos más obvia que nada en este mundo y que no nos paramos a analizar la incomprensión de muchas de las cosas que rigen nuestra vida, la inutilidad de muchos de los aparatos que reinan nuestra casa a su antojo, de la misma forma que en el apartamento de nuestro protagonista. Que tenemos nuestro ego
Al final realidad y sueños se mezclarán en una vorágine de escenas a cada cual más surrealista
Lo entiendo, ahora sí. El mundo de “Brazil” no es cualquier distopía, ni siquiera es algo alternativo. Es de hecho el dibujo más real que jamas se haya hecho de nuestro mundo. Captando la esencia vital de una sociedad moderna, percibida a sí misma como el “sumun” evolutivo. Súbitamente entiendo que el barroquismo de las imágenes está justificado. Que crean un mundo de una plasticidad única. De una artesanía cotidiana lejos de digitalizaciones excesivas. Y entiendo ese ir y venir, porque, de hecho, el recibo que tenemos nunca esta sellado donde debería. Ese cumulo de códigos y nombres, indispensables para una vida “tranquila”, que rigen el caos organizado de nuestras vidas.
Finalmente se descubre ante mi un mundo único. Simplemente, un estado mental.
"Brazil" es absurda, es densa, es ilógica y alocada. Es un exponente único en el cine que dibuja realidades alternativas de nuestro mundo.
“Brazil” determina una realidad tan ilógica, tan extraña y surrealista que se acaba erigiendo como la distopía más terrorífica que haya existido. La más tenebrosa, por ser, también, la que mejor captura el espíritu de un mundo, el nuestro, que se rige nada más que por una inercia estúpida y carente de esperanza.
Ahora tengo que rematar esto, y la tarea se me presenta tan difícil como al comienzo. Porque repentinamente Gilliam me ha descubierto algunas cosas que ni yo mismo sabía. Me he dado cuenta de que me encanta su mundo, el loco mundo de las tuberías boscosas. De que es mi distopía favorita, si se puede llamar distopía y no un ficción basada en la realidad. Que me gusta mucho más que otras que en su momento también me deslumbraron. Que me parece una película única y diferente, con mucha personalidad y mucho cine dentro.
Sam Lowry (Jonathan Pryce) es un tecnócrata eficiente pero soñador con un puesto de tercera categoría dentro de la gigantesca máquina burocrática que mueve (o paraliza) a una distopía opresiva, inhumana, hundida por la ineficiencia y amenazada por el terrorismo.
Un error en un apellido debido a una mosca caída en la cabeza de un teletipo provoca la detención errónea de un inocente, de consecuencias fatales para éste. Como oficialmente no existen errores en el sistema burocrático, nadie quiere hacerse cargo del papeleo excepto el bienintencionado Lowry. Durante su visita a la familia del fallecido tiene un encuentro casual con su vecina, a la que reconoce como la mujer de sus sueños. Sin embargo ésta huye.
Este descubrimiento hace que, para poder obtener información sobre ella, Sam se someta a los deseos de su madre, una narcisista recalcitrante y muy bien relacionada obsesionada con darle una carrera a su hijo. Así, Lowry comienza su escalada a las altas esferas a pesar de su naturaleza escrupulosa y poco ambiciosa.
Sin embargo, tanto su implicación en el error burocrático del principio, como su obsesión por la mujer así como sus contactos con un fontanero clandestino complican la vida a Lowry hasta el punto de que pasa a ser considerado una amenaza para el sistema. Mientras, a pesar de muchas dificultades, es capaz de conseguir el amor de su chica soñada.
Finalmente, el Sistema, implacable, se hace cargo de Sam Lowry y le destruye mediante la tortura. Pero Lowry obtiene refugio en la locura.

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